
Graciela Ocaña

Es una verdad a medias. Atrapada por la zozobra, la funcionaria debió chequear personalmente su futuro inmediato. Ocurrió el lunes a la noche, con un llamado oportuno a uno de los pocos hombres de la Casa Rosada a los que aún les tiene confianza.
El rumor la atravesaba. Decía que el ministro del Interior, Florencio Randazzo, había convenido con el gobernador chaqueño, Jorge Capitanich, la renuncia de Sandra Mendoza. Y que a la salida de la ministra de Salud de esa provincia le sucedería la de la propia Ocaña.
La Hormiguita obtuvo como respuesta una desmentida. Le aseguraron que se trataba de una de las tantas operaciones sin asidero que recorren el espinel. Por supuesto que no se tranquilizó.
La tapa del diario Clarín de ayer, que informaba sobre el giro de 156 millones de pesos a un fondo que se distribuye entre las obras sociales sindicales, la encrespó. Como un espejo maldito, el artículo reflejó la consolidación del matrimonio por conveniencia que enlaza al gobierno con CGT.
Para Ocaña, quien emprendió una cruzada sin cuartel contra Hugo Moyano, fue un mazazo por la cabeza. Después de advertir sobre los irregulares manejos sindicales de un subsidio destinado a una campaña de prevención de enfermedades, se encontró con un nuevo gesto oficial hacia los gremios.
La ministra sabe que la decisión de abocarse exclusivamente al dengue no la pondrá a salvo de la voracidad de sus detractores ni de sus propios errores. Pero se resiste a creer –como presagian desde el círculo áulico de Néstor Kirchner– que se irá junto a los mosquitos apenas comiencen los primeros fríos del año.
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