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miércoles, 5 de noviembre de 2008
POR QUE SERAN TAN NABOS????
Por Martín Caparrós
¿Por qué serán tan nabos? Se creyeron que podían convertir a la Argentina en un país realmente tercermundista sólo para lo que les convenía. Se creyeron que podían construir una sociedad con miseria, un tercio de excluidos, escuelas devastadas, hospitales vacíos, millones de jóvenes sin nada que hacer –y tasas de criminalidad escandinavas. Como casi no había oposición política, se creyeron que podían organizar un verdadero país latinoamericano donde los pobres fueran muy pobres y unos pocos se quedaran con todo, y que la fiesta iba a ser gratis. Pero era otro error de esta banda de inútiles, y ahora se ve claro: la inseguridad que tanto nos preocupa es uno de los efectos más demorados y durables de la dictadura militar y las democracias que la siguieron y convirtieron a este país en otro país –con la complicidad de muchos de sus ciudadanos. En los países latinoamericanos la violencia criminal siempre fue –y todavía es– aun mayor que la de aquí y ahora. Pero nos vamos acercando con tesón, día tras día, tiro a tiro. La pobreza ayuda, pero no quiero decir que los pobres sean ladrones ni que los ladrones lo sean porque son pobres. Me parece claro que el aumento de la delincuencia violenta viene sobre todo de la destrucción de las redes sociales, que hace que cada cual se sienta aislado, solo, y tire para su lado –y que no le importe, entonces, robarle al vecino– y, sobre todo, de la falta de futuro: elegir una vida de delito –y su riesgo de muerte– sólo tiene sentido cuando la alternativa es parecida a nada. –Todo bien, estimado, podemos hablar un rato largo. Pero el problema son los asesinatos de hoy, de mañana. –Tiene razón, todo esto importa poco. Salvo, quizá, para orientarse si hay que buscarle soluciones. La violencia del delito ocupa –según todas las encuestas– el centro de las preocupaciones de los argentinos. Con sobresaltos periódicos cuando hay muertes horribles en barrios más caros. Los sobresaltos son un tributo a la potencia de la clase media. Hay muchas más muertes todos los días por falta de atención médica, pero eso no nos sucede, en general, a los ciudadanos con prepaga, y nunca el desastre de los hospitales públicos ha motivado una manifestación como la del domingo ni tapas de los diarios: allí también hay muertos que buscan asesinos, sólo que no suelen ayudarlos jueces ni policías. Que sí buscan a los ladrones violentos –y es lógico que lo hagan, y que medios y ciudadanos se preocupen: nos amenazan. Lo interesante, con perdón, de la inseguridad, es que es un síntoma que hace que quienes no sufren directamente la marginalidad le presten atención. Quizá, en ese sentido, la delincuencia sea un resultado –dolorosamente– eficiente de la exclusión: la hace visible para quienes en general eligen no verla, como los piquetes hicieron visible la desocupación a los que habían preferido comprar heladeras. Son las reglas del juego, y todos lo jugamos: cada sector usa sus recursos para hacerse escuchar. El domingo, en San Isidro, miles cantaban pidiendo protección: –¿Adónde están, / adónde están, / los que nos tienen que cuidar? Era, curiosamente, un reclamo al Estado. Muchos de los que quisieron privatizar también la seguridad pública y la reemplazaron –sin éxito– por vigilantes y garitas pedían al Estado que se hiciera cargo del deber de protegerlos. Tienen todo derecho. El problema es que sólo la policía puede ofrecer cierta protección en lo inmediato, y la policía realmente existente es, muchas veces, fuente de lo que debería solucionar. Es muy difícil confiar en esta policía –y darle más poder a esta policía– porque su historia demuestra que no suele hacer buen uso de ese poder. Y lo que pasa con la policía –fuerza de coerción del Estado– es un modelo a escala de lo que pasa con el Estado en general. Ya lo decía el otro día a propósito de las AFJP: estoy totalmente de acuerdo con la idea de que la jubilación vuelva al Estado, el problema es este Estado al que vuelve, manejado por este gobierno. Estoy de acuerdo –en este momento– con que haya más protección policial, el problema es esta policía que debería protegernos, manejada por sus mandos y por este gobierno. Y así de seguido: en este momento necesitamos más Estado, pero el problema es el estado del Estado. –Estimado, pare con la cháchara. Mucho diagnóstico, pero no hay tratamiento. –Y sí, así somos, vio, los izquierdistas. En estos días miles de ciudadanos preguntan quién nos cuida, y los políticos contestan que ellos se encargan. Está claro que no se encargan –de la seguridad como tampoco de las escuelas, hospitales, jubilaciones, ideas de sociedad, proyectos de país: sólo se encargan del poder. Pero si están ahí es porque los seguimos votando y, mientras sigamos, seguirán sin encargarse. En última instancia, los que nos tienen que cuidar somos –para bien y para mal– nosotros mismos. Para que haya un Estado que cumpla sus funciones, manejado por políticos que cumplan sus funciones, tiene que haber ciudadanos que cumplan sus funciones y se preocupen por ese funcionamiento un poco más a menudo, no sólo cuando los asaltan.La única solución a largo plazo es armar la sociedad desarmada: recuperar el tejido social, deshacer diferencias ofensivas, educar y reintegrar a los desintegrados. El problema es el corto plazo, mañana y pasado. A mí tampoco me gustaría que jóvenes muy comprensiblemente iracundos me atacaran. Pero, la verdad, no veo ningún remedio inmediato –y eso sí que es grave. El mal es estructural; la solución también tiene que serlo. Puede haber –ojalá haya– ciertos remiendos parciales; no va a haber solución si no armamos, entre muchos, una sociedad en serio. Y la ola criminal es, quizás, el precio que tenemos que pagar para entenderlo. Es duro, pero es lo que supimos conseguir, de puro nabos. (Hay, pese a todo, otra opción, que algunos parecen proponer: militarizar la sociedad para que nada se mueva sin control, la nunca bien ponderada mano dura. Seguramente así se evitaría más de un asalto. Pero cuando un policía receloso confunda a uno de nuestros hijos con un peligroso delincuente y lo baje de cuatro balazos, ¿a quién le vamos a ir a reclamar? ¿A los que lo pidieron? Y aun si fuese un peligroso delincuente, ¿estaríamos de acuerdo? ¿Nos gustaría vivir en esa sociedad?)
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